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De pesca a las rocas de la quinta región

Francisco Ávila |


Amanecer en la Quinta Región significa lanzarse a una de las experiencias más intensas del outdoor: la pesca en las rocas. Con las cañas en mano y el mar golpeando fuerte, el equipo de Proutdoor se adentró en las costas de Concón, Quintero y Ventanas en busca de blanquillos, rollizos y jureles, pero se llevó algo mucho más valioso que un par de capturas.

Salimos cuando el día aún no se atrevía a desperezarse. Cinco de la mañana, la ciudad aún dormida, y nosotros con las cañas listas, rumbo a la quinta región. Concón sería nuestra primera parada. La pesca de roca, o “rock fishing” como la llama la mayoría, es un ritual casi sagrado: rocas húmedas, el frío que cala los huesos y el mar que, incesante, golpea el litoral, como si quisiera reclamar su espacio.

Llevábamos lo justo y necesario: cañas ligeras, señuelos tipo jig y algunos vinilos que esperábamos que hicieran el truco. No se trata solo de pescar; es ese trance en el que caes cuando estás al borde del acantilado, con la mirada fija en el horizonte, esperando que el mar te devuelva algo de lo que le ofreces.

El día fue un ir y venir entre Concon y Mantagua. Solo roca y más roca. El sol, tímido al principio, terminó por regalarnos una jornada espléndida. No eran días de grandes capturas, pero si pudimos concretar lo suficiente: blanquillos, rollizos, y un par de jureles. Más que suficiente para sentir que el esfuerzo valió la pena.

Decidimos quedarnos en Ritoque. No hay mejor sensación que dejarte caer en la arena después de horas peleando con las olas, con la caña, con el propio silencio. Ritoque nos dio ese respiro, una pausa antes de seguir hacia el norte. Al día siguiente, Quintero nos recibió con un viento helado, pero a esas alturas poco importaba. Las manos ya estaban acostumbradas al frío, al peso de la caña, a la espera.

Finalmente, Ventana nos despidió. Las rocas fueron menos amables, pero el mar se mantuvo fiel. Casi como si supiera que, en este tipo de salidas, no se trata solo de los peces que logras sacar, sino del tiempo que compartes con el océano y las historias que él te cuenta.

Con los coolers vacíos y el cansancio propio de una jornada bien aprovechada, emprendimos el regreso a Santiago, con el mar todavía retumbando en nuestros oídos. Al final, es así como te quedas con la sensación de haber ganado algo más que una captura: un pedazo del mar que se queda contigo, hasta la próxima vez que vuelvas a enfrentarte a las rocas de la quinta región.